viernes, 8 de julio de 2011

Rendición a Cristo




Tal vez este pensamiento quemó sobre tu corazón. Hay hombres que son tiernos para con sus esposas. Ellos proveen cada cosa necesaria para su confort. Ellos son muy atentos y de gran corazón. Ellos les aconsejan muy bien y son bondadosos para con ellas, pero en cuanto a los temas espirituales, ellos se retraen y no toman parte en la adoración con ellas. Ellos se cierran a sí mismos fuera de la más profunda y de la más sagrada parte de la vida de una esposa. Ella va sola a la iglesia. Ella se sienta sola a la mesa del Señor. Sola dobla sus rodillas en oración. Ella sola lleva las esperanzas, adversidades y aspiraciones de su alma. Ella sola quiere que su esposo, mas que nadie en el mundo, venga a Jesucristo y haga de Él su Señor y Salvador. El no tiene parte con ella en todo esto. “Y si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no permanecerá” (Marcos 3:25).

El niega los votos que hizo ante el altar matrimonial. Dios nos hizo cuerpo, alma y espíritu. Negar la parte espiritual de esta sagrada relación es estar ciego a la más importante parte de esta unión. Podríamos decir a cada esposa que, tal vez en esta situación, un matrimonio tal no es un matrimonio como Dios intentó que fuese. Solamente Su gracia la puede ver a través de eso, y ella puede clamar por la promesa de que su consistente testimonio pueda ser el resultado de la salvación de su esposo. “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas” (I Pedro 3:1).

Si juntos no son un alma y un espíritu, entonces este matrimonio no es a la manera que Dios intentó que fuese. Tal acción de parte de un esposo es completamente equivocada y reprensible, y Dios lo llevará a juicio para responder por esto. Es una gran equivocación para la esposa cristiana y familia, y la consecuencia de sus acciones serán reveladas ante el trono del Juicio.

Los corazones están para ser unidos en comunión eterna. Los años aquí en la tierra son tiempos de preparación para una unión que perdurará más allá del valle de las sombras de la muerte y por último a través de toda la eternidad. Creemos que muchas lágrimas serán derramadas en el cielo por matrimonies fallidos que Dios quiso bendecir pero no pudo. El enjugará todas las lágrimas, pero tendremos recuerdos de lo que debería haber sido. Oremos para que Dios ayude a un esposo que no está en esta correcta relación, para pensar sobre sus cosas y someter su vida a su esposa y sus hijos, pero por sobre todo al Señor Jesucristo, haciendo de Él el Señor de su vida.

Si cosas no están correctas y tu quieres arreglarlas, puedes hacerlo ahora mismo. Si un amigo llamara a la puerta de tu casa, abrirías y lo invitarías a entrar. Jesús llama a la puerta de tu corazón, pero te corresponde a ti abrir la puerta e invitarlo a entrar. Él solamente entrará ante tu invitación. Él limpiará tu corazón y lo hará un lugar donde tú y Él puedan tener comunión cada día de tu vida. Él dice, “He aquí estoy a la puerta y llamo. Si alguien oye mi voz (ese serías tú) y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él” (Apocalipsis 3:20).

Tomado de BBN Media
www.bbnradio.org

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